Uno de los vínculos más fuertes que existen en la naturaleza es la unión entre una mamá y su bebé. Científicos y especialistas en desarrollo infantil, durante años, han hecho increíbles descubiertos sobre lo fascinante de este conexión. Ayudándonos a entender por qué seguimos queriendo a nuestros hijos a medida que crecen a pesar de que la relación que tenemos con ellos cambie con el paso de los años.
Ese vínculo se puede iniciar ya durante la gestación, cuando los futuros padres lo aceptan y comienzan a quererlo. A través del vientre materno notamos cómo se mueve, hablamos con el y le acariciamos. Durante estos meses se realiza un proceso psicológico que nos preparará para el amor fraternal. Y ello culmina cuando mamá y bebé se “alían” para afrontar juntos el proceso de parto.
Cuando nace el bebé hay que continuar creando ese vínculo que ahora ya no va hacia el bebé que imaginábamos sino hacia al bebé real, por ello, debemos establecer lo antes posible un contacto directo piel con piel. Gracias al instinto, a vuestro vínculo afectivo y al apego del bebé, le darás todos los cuidados, el cariño y los estímulos que necesita.
Podemos experimentar una felicidad máxima cuando nos encontramos con nuestro hijo por primera vez o no, pues hay muchas madres que no sienten esa sensación de forma instantánea. El vínculo afectivo no es un flechazo, es una unión de largo recorrido que se forja con el tiempo, mediante la vivencia y cariño diario.
Para reforzar este vínculo afectivo proponemos “La crianza con apego” una corriente basada en los principios de la teoría del apego, según la cual; “un fuerte enlace emocional con los padres durante la infancia, es precursor del desarrollo de una personalidad segura e independiente, un buen comportamiento y relaciones buenas y sanas. Este tipo de crianza tendrá efectos positivos durante toda la niñez, adolescencia y edad adulta.”